La angustia vital se ha incrementado en todo el mundo durante la última década.
Durante la pandemia de Covid-19, también se detectó un incremento del 2,5% en la población que vivía con angustia. Desde ese pico, se bajó en 2021, aunque las cifras se quedaron por encima de los datos previos a la pandemia. El estudio también indica que la pandemia tuvo un impacto diferente por edades.
Hoy compartimos un artículo muy interesante sobre «Las Nuevas Pandemias» de “www.el pais.com”
Desde 2009, la angustia vital ha crecido en todo el mundo, según un estudio que se publica hoy en la revista PNAS. Los datos, recogidos a través de encuestas telefónicas por la compañía Gallup, muestran que, si en 2009 un 25% de las personas reconocían haber tenido sentimientos de tristeza, preocupación o estrés durante gran parte del día anterior, en 2021 la cifra se elevó al 31%. Las entrevistas abarcaron a más de millón y medio de personas de 113 países.
Los datos, analizados por Michael Daly y Lucia Macchia, de la Universidad de Maynooth, en Irlanda, muestran que las personas con un estatus socioeconómico inferior tienen peor salud mental. En el último año recogido en el estudio, hubo más de diez puntos de diferencia entre el 20% más rico de la población y el 20% más pobre. También se ve un empeoramiento más rápido del estado mental de las personas que solo tienen la educación básica frente a los que alcanzan un título de secundaria o universitario.
Durante la pandemia de la covid 19, también se detectó un incremento del 2,5% en la población que vivía con angustia. Desde ese pico, se bajó en 2021, aunque las cifras se quedaron por encima de los datos previos a la pandemia. El estudio también indica que la pandemia tuvo un impacto diferente por edades. Los mayores de 55 años continuaron con cifras que empeoran año a año, pero, de acuerdo a los datos, no sufrieron un deterioro tan intenso como los menores de esa edad. En particular, los menores de 35, que en todo el periodo estudiado eran los que menos angustia vital reconocían, superaron a los mayores de 55 y se acercaron a los de entre 35 y 55, que son el grupo de edad más angustiado. Después de la pandemia, aunque el sufrimiento decayó, los jóvenes, que experimentaron un crecimiento de cuatro puntos frente al 2,5 medio, no regresaron a su habitual tercer lugar en la escala de sufrimiento. Este trabajo, como otros publicados anteriormente, también observó que, durante la pandemia, las mujeres sufrieron un empeoramiento psicológico más duradero que los hombres.
Los autores afirman que sus resultados coinciden con otros estudios que “indican que la pandemia tuvo un efecto psicológico adverso que fue de pequeña magnitud”. Además, “ese incremento fue breve”, un resultado consistente con los hallazgos que sugieren que “la población se adaptó con flexibilidad a las circunstancias estresantes de la pandemia y se recuperaron relativamente rápido del angustioso impacto inicial del periodo de confinamiento”.
Sobre los motivos de la tendencia negativa de la salud mental en todo el planeta, Daly cree que “pueden influir muchos factores que varían por países y periodos”. Entre otras cosas, el investigador apunta a las consecuencias de la crisis financiera de 2008, que provocó “inseguridad laboral y problemas de deuda en mucha gente”, y a la inestabilidad política en muchos lugares del mundo. Daly menciona también la “preocupación por el declive de la cohesión social en algunas naciones, reflejada en aislamiento y soledad que pueden contribuir a la sensación de angustia”. Por último, el investigador señala al posible papel del “entorno tecnológico, con el incremento asociado de información, demandas de productividad o comparación con los demás” como otra fuente de malestar, y reconoce que la mayor conciencia de los problemas de salud mental puede estar visibilizando problemas que antes ya existían aunque no se midiesen.
Carmen Rodríguez Blázquez, investigadora del Centro Nacional de Epidemiología del Instituto de Salud Carlos III, cree que “nadie tiene una explicación” para la tendencia que muestran estudios como el que hoy publica PNAS. “En los trastornos emocionales y la enfermedad siempre hay muchos factores, como la crisis económica, que siempre influye, o la mayor sensibilización sobre la salud mental, que hemos visto sobre todo a raíz de la pandemia”, explica. En particular, coincide con el dato reflejado en este trabajo que muestra una peor situación de las personas con peor formación y menos recursos. “Los trastornos mentales van muy ligados a las desigualdades económicas y sociales y a la falta de recursos y eso se ve estudio tras estudio”, resume.
La psicóloga cree que los datos que muestran un incremento del padecimiento mental “pueden ser fruto de una mayor conciencia sobre un problema, algo que puede ser útil para que las personas busquen ayuda”. Sin embargo, lamenta que “si sensibilizamos frente a los trastornos mentales, pero no aumentamos la cantidad de recursos para afrontar el problema, esa sensibilización puede ser contraproducente porque genera frustración, y eso es lo que está sucediendo”.
Junto al incremento de los recursos dedicados a hacer más accesibles los psicólogos o los psiquiatras, los datos reflejados en las encuestas de Gallup muestran que el propio desarrollo económico y social, en principio, se debería traducir en una mejor salud mental. Sin embargo, datos como las cifras de suicidios, muy elevados en países muy desarrollados como los escandinavos y menores en los del sur de Europa o los del norte de África, muestra la complejidad del problema y la inutilidad de las respuestas simples. El avance económico, con frecuencia, va acompañado por un cambio en el contexto social, que refuerza el individualismo. “En España, el apoyo familiar y social protege frente a algunos problemas mentales, pero cada vez nos parecemos más a los países nórdicos”, apunta Rodríguez Blázquez. Los estudios globales serán una herramienta necesaria para empezar a comprender un problema lleno de incógnitas.